viernes, 19 de octubre de 2012

Estampas de viajes: De vuelta a Granada

Hola Víctor:

Sí, me dirijo a ti porque sé que esto te interesará. Sé que pocos como tú apreciarán la imagen que he visto esta misma tarde de vuelta a Granada.

Era un desplazamiento más. Uno de tantos entre aquel rincón perdido de la costa almeriense y la ciudad de la Alhambra, rodeada como siempre por las mismas montañas nevadas a las que precedían los mismos bosques y peñas. No había nada nuevo en aquel rutinario viaje salvo, tal vez, la finalidad del mismo.

Leía. No había mucho más que hacer a las cuatro de la tarde. De vez en cuando miraba por la ventana del autobús para ver el paisaje amarillento de la Almería profunda, de la gran desconocida. Un territorio yermo, seco, azotado por el sol incluso los días nublados.
Casi no había pegado ojo la noche anterior, así que dejé que el sueño me venciera hasta llegar a mi destino.

Cuando abrí los ojos, cerca ya de Guadix, no pude dar crédito a lo que vi: el sol brillaba sin quemar, dejándose caer poco a poco contra las montañas; el cielo era de un color azul intenso, tanto que dolían los ojos si uno fijaba en él la mirada; los colores eran nítidos, las formas de los árboles, perfectamente coloreados, se recortaban contra el paisaje verde y gris de la provincia granadina como jamás lo habían hecho antes.

A lo lejos se levantaba el campanario de la catedral de Guadix, donde nos acercábamos para hacer la última parada del camino. La ciudad crecía a medida que avanzábamos y sus formas, como delineadas por un invisible artista, se hacían robustas bajo el sol rojizo de la tarde.
Tendrías que haber visto aquellos colores. Nunca antes la divina paleta de la naturaleza los había retocado de tal manera: entre los ramajes se distinguían tonalidades de verdes y clareaba alguna hoja amarillenta, colorida heraldo del otoño que entra.

Las masas boscosas, repartidas aquí y allá circundando la ciudad, se hacen más compactas conforme la mirada se dirige a Sierra Nevada. Pronto, muy pronto, la sombra del otoño caerá sobre las montañas, engullirá cualquier color y forma sobre las laderas duras y escarpadas de esta tierra; pero aún se dejan ver los encinares y los sauzales, salpicados por cipreses, pinos y matorrales.

Guadix queda atrás cuando lo dejamos, y la catedral se despide del viajero atento a su sonido. Son las siete de la tarde y al sol le quedan pocas horas de vida. Pero las justas. Las justas para dejarnos llegar a la capital a través de las peñas grises y los valles fértiles de esta tierra mágica.

En fin, hasta aquí puede narrar mi pluma, sin tinta ya de la emoción. Seguro que tu ojo sería mucho más certero con una cámara, seguro que tú hubieras arrancado un recuerdo imborrable a estos lugares.

Te dejo ya, voy a tratar de recordar...


Francisco Cano Carmona.
Granada, 30-8-12

4 comentarios:

  1. Como de costumbre, querido Francisco, al leerte, veo lo mismo que tu, y me parece haber hecho ese viaje en autobús contigo. En breve volveré a Granada, cámara en mano, si Dios quiere...

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  2. Muchas gracias, Víctor. A ver si nos vemos pronto en Granada...ya echo de menos una visita.

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  3. Espero que la próxima vez os acordéis de hacer una parada en la Alhambra. Uno no se cansa de admirar Granada desde la Alcazaba y los espléndidos jardines del Generalife, sin menospreciar los impresionantes Palacios Nazaríes de la Alhambra.

    Un saludo

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    Respuestas
    1. Hola La Alhambra:

      Efectivamente, uno no se cansa nunca de esas vistas divinas. Desde cualquier punto de Granada, la ciudad parece una bella paleta con la que dibujar la realidad.

      No me olvido de la Alhambra y tengo en cuenta la propuesta.

      Un saludo.

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