Atrás dejamos Piazza del Popolo y sus magníficas iglesias sobre las que me gustaría volver en una serie dedicada a la "Roma oculta".
Nos dirigimos ahora a la que, para mí, es la plaza más bella de todas: Piazza Navona, el antiquísimo estadio de Domiciano, muy cerca del Panteón y del río Tíber.
Sin menospreciar cualquier otro lugar de Roma, no hay en toda la ciudad otro como esta plaza. En ella se levantan Sant'Agnese in Agone y la iglesia de Nostra Signora del Sacro Cuore, antes llamada San Giacomo degli Spagnoli. Obras de la arquitectura tan dignas de ver como las tres fuentes que adornan esta joya de la corona italiana -la Fuente de los Cuatro Ríos, la Fontana de Neptuno y la Fontana del Moro-; así como los cuatro palacios que le confieren un aspecto regio y señorial a la plaza y que son el Palacio de Cupis, el Palacio Torres Massimo Lancelloti, el Palacio Braschi -hoy en día convertido en el Museo di Roma- y el Palacio Pamphili, actual embajada de Brasil.
Los domingos por la mañana suele haber banda de música en la plaza y, día y noche, de lunes a lunes, espectáculos callejeros y retratistas, pintores y caricaturistas.
Lo cierto es que, vista esta plaza, odría pensar el visitante que poco le queda por ver, pero no es cierto. Si sale de la plaza por el lado norte se encontrará con el Tíber justo enfrente del Tribunale di Cassazione y a pocos pasos del Ponte di Sant'Angelo y su célebre castillo, desde el que podrá admirar la ciudad jalonada de cúpulas, y a cuyos lados se extienden verdes y sombreado jardines donde el viajero encontrará un merecido reposo.
Si, por el contrario, decide salir de Piazza Navona por la calle de la iglesia de Nostra Signora del Sacro Cuore, en la misma acera donde se encuentra el Instituto Cervantes, llegará rápidamente a la Piazza della Rotonda, presidida por el Panteón.
Pero nosotros vamos a salir por el Palacio Braschi, a cruzar Corso Vittorio Emanuele II y a tomar Via Baullari hasta llegar a Campo dei Fiori, el famoso mercado en el que elviajero encontrará desde buena comida hasta recuerdos, pasando por todo tipo de utensilios y cachivaches.
Este mercado, en cuyo centro se erige una estatua del científico, artista y religioso napolitano Giordano Bruno, se establecía en Piazza Navona. Un lugar digno de ver, sin duda. Y más adelante, en dirección opuesta a la entrada al mercado, accedemos a Piazza Farnese donde podemos admirar el bello palacio del mismo nombre -hoy convertido en la embajada francesa- y las exquisitas fuentes que decoran la plaza, amén de otros edificios de igual belleza que conforman el espacio.
Y ya estamos cerca del Tíber, que atravesaremos en otro momento para acercarnos al bello barrio del Trastevere. Pero eso es otra historia...
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