Comenzamos nuevamente desde Termini, centro neurálgico del transporte romano, y descendemos por Via Nazionale a través de la Piazza della Repubblica hasta la cuesta de Via 24 Maggio, en cuya parte más alta se encuentra el palacio del Quirinale, residencia oficial del Jefe de Estado italiano -hoy, Giorgio Napolitano-.
La intención de subir hasta el Quirinale es poder obtener una bella vista de las cúpulas de la ciudad y de la majestuosa residencia; pero lo ideal es, en mi opinión, subir cuando ha caído la noche y el palacio se ilumina.
Continuamos entonces el descenso por Via Nazionale y a mano derecha, dejando atrás los Mercados de Trajano, enfilamos la Via della Pilotta que nos conducirá directamente hasta uno de los monumentos más célebres de toda Italia: la Fontana di Trevi.
El ensordecedor ruido que provoca el agua al caer es la carta de bienvenida a una ciudad llena de maravillas. En el centro, Neptuno, señor de los mares. A los lados, dos tritones tratan de contener dos poderosos caballos, hijos todos del dios marino. Y enmarcadas en dos hornacinas, Salubridad y Abundancia.
La fuente es en realidad la fachada trasera de un palacio que, a día de hoy, pertenece al Estado. Allí llegan las aguas más puras de la ciudad, y no es difícil ver a turistas, gladiadores e inmigrantes asiáticos; por eso, lo mejor es acudir bien temprano, antes de las 9:00 de la mañana, cuando uno está a solas con el clamor de la fontana y de los maravillosos helados que preparan en la heladería que se encuentra a mano derecha, justo a la entrada de la pequeña plazoleta.
Tendremos que continuar por mucho que nos cueste. Lugar tendremos devolver sobre nuestros pasos. El viajero tiene que dirigirse ahora a la célebre Piazza di Spagna, archiconocida por su escalinata a la iglesia de Trinità dei Monti y por la célebre barcaza de Pedro Bernini, padre del famoso escultor.
Si el viajero visita la ciudad en invierno, puede deleitarse con unas castañas asadas por unos 5 euros en la plaza y disfrutar del magnífico atardecer de la ciudad que, sin embargo, no se muestra tan bella de noche, cuando se muestra oscura, mal iluminada.
Desde Piazza di Spagna, donde también se encuentra la Embajada española ante la Santa Sede, podemos tomar dos direcciones: hacia arriba, dirección Villa Borghese o hacia Piazza del Popolo. Dado que contamos con poco tiempo, nos dirigmos hacia este último punto. Ya veremos el gigantesco parque en otra ocasión y disfrutaremos de sus museos.
Llegamos pues a Piazza del Popolo, donde un impresionante obelisco egipcio nos da la bienvenida a uno de los rincones más interesantes y enigmáticos de la ciudad.
En esta plaza, además de artistas callejeros, podemos encontrar el museo a Leonardo da Vinci y su tradicional exposición "Il genio di da Vinci"; así como tres magníficas iglesias -dos de ellas flanqueando la Via del Corso, una de las grandes arterias de la ciudad-, entre las que se encuentra la Chiesa di Santa Maria del Popolo, uno de los lugares que el vivitante no puede dejar de ver, aunque le cueste abandonar otras ideas.
Si uno sigue andando hasta atravesar la plaza, justo al lado de la misteriosa iglesia de Santa Maria del Popolo, encuentra una de las puertas más importantes y sobre las que más hojas podrían escribirse: la Porta del Popolo, que ordenó decorar definitivamente el Papa Alejandro VII para conmemorar la visita y conversión al catolicismo de la reina Cristina de Suecia en 1655.
A Piazza del Popolo puede accederse en autobús o a través de la línea A del metro, que tiene en Piazzale Flaminio una de sus paradas.
En fin, hasta aquí la primera parte del recorrido. El resto es otra historia...
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