viernes, 25 de mayo de 2012

Erasmus en Roma: Roma Cristiana (III)

Atrás quedan decenas de iglesias repartidas por el centro de la capital italiana, pero que no nos apene. Lo que vamos a ver a continuación es el mayor conjunto de maravillas levantadas en nombre de Dios por la ciudad de Roma.

Desde Piazza Navona, donde habíamos visitado la iglesia de Sant'Agnese in Agone comenzamos a andar en dirección al río Tíber. Encontramos de frente la Corte di Cassazione, majestuoso edificio destinado a la justicia a nivel nacional; y el paseo a lo largo del río continua hacia mano izquierda, en dirección a la mole coronada por una figura alada y a la cúpula que quiere distinguirse de fondo. Son el Castello di Sant'Angelo y la Basilica di San Pietro.

Os puedo asegurar algo: pocas sensaciones hay en el mundo tan hermosas como cruzar el Ponte di Sant'Angelo, a cuyos lados se encuentran diez bellísimos ángeles sosteniendo entre sus manos algunas reliquias de la muerte de Jesucristo. Al fondo, el castillo se alza imponente, parece una sólida roca, tan sólida como la fe, defendida hasta el final de los tiempos por el mismísimo arcángel San Miguel.

Cada paso se convierte en un paseo en sí. Un paseo por los momentos que desde pequeños recordamos haber oído: Tronus meus in columna (mi trono en una columna), In flagella paratus sum (estoy preparado para el flagelo), Respice faciem Christi tui (mira el rostro de [tu] Cristo), Vulnerasti cor meum (me atravesaste el corazón)...
Y al llegar al castillo, las lágrimas son ya inevitables. Una emoción superior ya se ha adueñado del viajero cuando visita el museo del castillo, desde cuyos niveles superiores se tiene una magnífica visión de las cúpulas que dominan la ciudad.


Y qué queda para cuando se comienza el paseo a lo largo de Via della Conciliazione. Pues todo aún. Uno se va acercando a la Plaza de San Pedro a través de una larga vía de obeliscos y embajadas hasta que el espacio se abre de repente al entrar a la plaza y verse rodeado de la impresionante columnata que abraza a los fieles recién llegados y los invita al recogimiento en la basílica.

En el interior de la misma se hallan esculturas tan célebres como la Piedad de Miguel Ángel o cuadros y obras de orfebrería de incalculable valor. Definitivamente, quien se adentra en el Vaticano no encontrará ya suficiente cualquier otra iglesia, basílica o catedral del mundo; de modo que casi le aconsejo al viajero que sea la última basílica que visite antes de morir, con el fin de admirar la belleza del resto.

También sus museos son impresionantes. Llaman la atención la sala de los animales, destinada a albergar esculturas de animales de todos los rincones del planeta; o los grandes mapas de Italia sobre los muros de los pasillos que llevan hasta la Capilla Sixtina.

Y de vuelta a la basílica, el viajero debe dejarse llevar por los cánticos y oraciones que se alzan aquí y allá, entre gigantescas estatuas de papas y mosaicos que parecen pinturas.
Y al seguir con la mirada la línea con el altar de columnas flamígeras, el visitante ve la cúpula y recuerda las palabras de Cristo a San Pedro: Tu es Petrus et supra hanc petram aedificabo ecclesiam meam...

Se trata del colofón a esta maravillosa visita por la Roma cristiana. En sucesivas entradas me gustaría dedicarme a observar con detenimiento las distintas paradas; pero eso...bueno...eso es otra historia...


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