Desde Piazza Navona, donde habíamos visitado la iglesia de Sant'Agnese in Agone comenzamos a andar en dirección al río Tíber. Encontramos de frente la Corte di Cassazione, majestuoso edificio destinado a la justicia a nivel nacional; y el paseo a lo largo del río continua hacia mano izquierda, en dirección a la mole coronada por una figura alada y a la cúpula que quiere distinguirse de fondo. Son el Castello di Sant'Angelo y la Basilica di San Pietro.
Y al llegar al castillo, las lágrimas son ya inevitables. Una emoción superior ya se ha adueñado del viajero cuando visita el museo del castillo, desde cuyos niveles superiores se tiene una magnífica visión de las cúpulas que dominan la ciudad.
Y qué queda para cuando se comienza el paseo a lo largo de Via della Conciliazione. Pues todo aún. Uno se va acercando a la Plaza de San Pedro a través de una larga vía de obeliscos y embajadas hasta que el espacio se abre de repente al entrar a la plaza y verse rodeado de la impresionante columnata que abraza a los fieles recién llegados y los invita al recogimiento en la basílica.
También sus museos son impresionantes. Llaman la atención la sala de los animales, destinada a albergar esculturas de animales de todos los rincones del planeta; o los grandes mapas de Italia sobre los muros de los pasillos que llevan hasta la Capilla Sixtina.
Y de vuelta a la basílica, el viajero debe dejarse llevar por los cánticos y oraciones que se alzan aquí y allá, entre gigantescas estatuas de papas y mosaicos que parecen pinturas.
Y al seguir con la mirada la línea con el altar de columnas flamígeras, el visitante ve la cúpula y recuerda las palabras de Cristo a San Pedro: Tu es Petrus et supra hanc petram aedificabo ecclesiam meam...
Se trata del colofón a esta maravillosa visita por la Roma cristiana. En sucesivas entradas me gustaría dedicarme a observar con detenimiento las distintas paradas; pero eso...bueno...eso es otra historia...
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