Hace un tiempo escribí sobre un personaje mítico del mundo anglosajón, inspirador de la calabaza en la festividad de Halloween. Continuamos con el paseo por personajes que han marcado la cultura de las diferentes sociedades.
En esta ocasión os traigo un personaje español: el hombre del saco. Creed en lo que os digo, la sola mención de este personaje por parte de los padres a los hijos que no querían comer o dormir, ha asustado a generaciones enteras -hasta que los hijos, disculpad, empezaron a asustar a los padres en Callejeros-.
En fin, aquí os traigo la historia de este terrorífico personaje...
Pocos personajes hay en el mundo hispánico tan tristemente famosos por sus crímenes como el sacamantecas o el hombre del saco.
Tradicionalmente se han esgrimido sus nombres contra los niños que, desobedientes, se negaban a comer o a irse a la cama; pero pocos saben que el hombre del saco está basado en un cruel suceso real...
En 1910 vivía en Gádor (Almería) un señor llamado Francisco Ortega, más conocido como el Moruno. Hete aquí que este vecino enfermó de tuberculosis, enfermedad bastante frecuente en la época, y, desesperado, acudió a ver a una curandera.
Así fue como Agustina Rodríguez, que así se llamaba la curandera, puso a Ortega en contacto con Francisco Leona, barbero de profesión y delincuente habitual reconocido.
En la época, sirva el inciso aclaratorio, era habitual ver empresas que vendían remedios contra la tuberculosis y que decían ser capaces de mantener pura la sangre con medicamentos y potingues. Sin duda, la obsesión por la sangre creció hasta límites insospechados en la España de los siglos XIX y XX.
¿Por qué aclaro esto? Porque Francisco Leona propuso como solución a la enfermedad, que Francisco Ortega consumiera la sangre de un niño y se aplicara su grasa corporal por la piel; todo ello por el precio de 3.000 reales.
Y así, tras intentar en vano comprar al hijo de algún campesino de la zona, junto a Julio Hernández el Tonto, hijo de Agustina Rodríguez, secuestraron al pequeño Bernardo González Parra, de tan solo 7 años de edad y natural de Rioja (Almería), a quien llevaron a un cortijo cuyas ruinas pueden verse hoy en día bajo el sol del mediodía español.
Lo que ocurrió entonces no tiene nombre. Francisco Leona hizo beber la sangre del niño a su cliente y, tras haberle extraído su grasa corporal, aún vivo, se la aplicó al enfermo. El pequeño, medio desangrado y sin grasa, fue rematado por Julio Hernández de un golpe en la cabeza que, de acuerdo con el informe de la Guardia Civil, le destrozó por completo el cráneo.
Escondieron el cuerpo en una de las tan numerosas grietas del terreno almeriense, y volvieron a Gádor a repartir los 3.000 reales.
Todo se desveló cuando, al querer el barbero engañar al hijo de la curandera, éste último acudió a delatar a su cómplice a la Guardia Civil.
Tras una investigación, los culpables fueron detenidos y sentenciados a garrote vil, salvo Julio Hernández el Tonto, declarado demente y puesto en libertad. El barbero y principal artífice del crimen, Francisco Leona, murió en la cárcel antes de que se cumpliera la condena.
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